Blog de Relatos Alta Sensibilidad
Relatos con Alta Sensibilidad que descubren la Intimidad y el Sentir. Historias PAS para personas que sienten las emociones con intensidad.
Elena Soulma


La historia de Ana Alta Sensibilidad
Ana siempre llega antes al instituto, le gusta descansar diez minutos en la sala de profesores después del tráfico y el madrugón. Nunca le ha gustado despertarse pronto aunque en cuanto se levanta se activa, pone la música en el camino, cada día es distinta según el ánimo, en la época de exámenes necesita más relajación, son ocho años ya de profesora de lengua y literatura en el Instituto , siempre quiso serlo, lo saben hasta sus peluches a los que les daba clase cuando era una niña en su habitación, había aprendido a ser profesora, aunque los alumnos siempre piensen que una nace ya como profesora, se aprende cada año algo nuevo, cada persona te trae algo nuevo que aprender, igual que había aprendido a ocultar su sensibilidad como quien esconde las ojeras de una noche sin dormir con un corrector.
Los pasillos ruidosos, los comentarios llenos de expectativas, de normas no escritas con las que había vivido durante toda su vida de estudiante sobre lo que significa ser un buen profesor, ser firme, imperturbable, siempre en control, nunca habían servido para ella, siempre sintió que eso estaba muy lejos de enseñar. Por eso en su clase, las palabras tenían otra cadencia, y los alumnos lo sabían.
Había algo en su voz, en su manera de mirarlos cuando
recitaba un poema algo les removía por dentro que hacía que se sintieran vistos y conectados.
Marco llegó al instituto aquel otoño con su aire tranquilo y sus ojos negros llenos de curiosidad por todo. Enseguida vio que era diferente.
Sus ojos verdes y su cuerpo lánguido siempre le habían hecho destacar y sintió que Marco también la había mirado como si fuera extranjera enseñando literatura española. Enseguida escuchó a sus alumnos hablar del perrito de dibujos animados con el que Marco compartía frases idiomáticas en inglés a sus alumnos en Instagram cada semana. Su energía contrastaba con el aire serio del claustro, siempre vestido con ropa moderna y colorida que le sentaba de maravilla, en el Claustro muchos profesores, incluida la directora Raquel, parecían desgastados por los años. Ana lo observaba desde la distancia, sin atreverse a hablarle al principio.
Ana era la encargada de la biblioteca del instituto y en sus horas para atenderla la convirtió en su refugio, un rincón silencioso entre estanterías en el que los alumnos venían a buscar algún libro con la excusa para poder hablar con ella de algún problema.
Su proyecto había nacido el año pasado, convertir cada rincón del Instituto en una biblioteca, Raquel le había dado un pequeño presupuesto para comenzar, lo primero fue escribir una frase en la pared en el pasillo del Instituto,
Los libros son las abejas que llevan el polen de una inteligencia a otra», James Russell Lowell, otra», James Russell Lowell,
Marco salía siempre a la hora del patio , le encantaba el sol y jugaba a veces al baloncesto, decía al volver del descanso que el sol le daba vida.
En las historias siempre vives otras vidas o sientes otras emociones, le dijo Marco al entrar por la puerta de la biblioteca el martes a su hora de preparación y empezaron a hablar.
La biblioteca del instituto se convirtió en su refugio los martes a esa hora, Ana no toleraba el sol y encontró en ella un rincón silencioso entre estanterías donde las conversaciones parecían susurradas. Allí, entre libros y mesas con marcas de tinta se atrevió a hablarle.
Ana tenía ganas de contarlo a todos, se lo había planteado muchas veces, ser altamente sensible es algo que la tenía indecisa desde hace tiempo. Marco le preguntó si sabía lo que era ser una persona altamente sensible. Ana sonrió y dijo lo sé muy bien, Marco soltó una carcajada. Descubrieron que ambos eran altamente sensibles, aunque ninguno lo habría admitido en voz alta si alguien hubiera estado con ellos.
—Siempre he tenido la idea de que alguna vez tendría que decirlo a todos. Pero ahora siento que no es necesario.
—A veces pienso que, si lo supieran, perdería toda autoridad —dijo Marco, pasando las hojas de un libro.
—Y sin embargo, congeniamos tanto con los alumnos justo por eso, susurró Ana.
Ana le hablaba de su proyecto y de todos los lugares del instituto donde iban a encontrarse los libros, frases, sopas de letras, rincones con libros de emociones, de aventuras, de miedo, de viajes. Los libros escuchaban.
El día que Marco descubrió que Ana escribía poesía fue por accidente. Había olvidado su libreta en la biblioteca del instituto y, al abrirla, se encontró con versos escritos con tinta azul, versos que hablaban de la fragilidad y la fortaleza de sentir demasiado. Al día siguiente, se la devolvió sin decir nada, pero con una sonrisa distinta, como si hubiera encontrado algo que también le pertenecía.
—Eres una escritora —le dijo, simplemente. Ana sintió miedo y alivio a la vez.
Mientras tanto, la directora Raquel, llevaba años sintiendo que su vocación se apagaba, observaba sus intercambios con una mezcla de nostalgia y resignación. Ella también había sido así, al principio. Antes de que el cansancio y la burocracia la hicieran plantearse dejarlo todo.
Soñaba con una casa en un pequeño pueblo de montaña, lejos del ruido, donde pudiera dedicarse a restaurar muebles antiguos y recuperarlos para casas con nuevas vidas.
Una tarde, después de una reunión agotadora, se acercó a Ana y Marco mientras tomaban un café en la sala de profesores.
Ana en ese momento llevaba los auriculares puestos. Ana, ¿Me estás escuchando?
Raquel ahora te escucho. Me concentro mejor en entornos tranquilos. Si me pongo los auriculares, es para enfocarme.
Te entiendo, la próxima vez lo tendré en cuenta.
La reunión del claustro es muy importante, por favor, quiero que tengáis todo preparado porque todos debemos tomar una decisión sobre el uso de los móviles en el instituto. Marco tensó su gesto, las reuniones le afectaban mucho y se estresaba.
Raquel, sé que este tema es muy importante, sin embargo, creo que tengo que compartirte que a mí personalmente me afecta mucho el ambiente del equipo, así que cuando hay tensión, prefiero tomar unos momentos de pausa y salir a despejarme.
Está bien que me lo digas Marco, yo también a veces me saturo, daremos un turno de palabra y haremos descanso de quince minutos, para que nadie se sienta aludido diré que el que necesite salir en algún momento por algo que salga y vuelva en cinco minutos.
—¿Te parece bien?
—¡Me parece genial!
—No dejéis que os pase lo mismo que a mí —dijo, con una media sonrisa al marcharse.
Ana y Marco se miraron. Comprendieron que ellos tenían mucha suerte de tener una profesión que les hacía felices. No sabían qué quería decir, pero en su voz había algo que les dejó pensativos. Marco se levantó y le propuso a Ana irse a la biblioteca, su fortaleza sensible. Ana había pensado mucho en él, sabía mucho de ella, hablaron de su alta sensibilidad, sólo lo sabes tú y yo solo lo sé, le dijo Marco, creo que no necesitan saberlo los demás si no nos lo preguntan.
Marco la miró fijamente a los ojos, Ana sintió un alivio y una verdad que la dejaba sin palabras, sabía que en un poema el silencio es tan importante como la palabra. Marco la besó con tanta ternura que Ana lo abrazó y sintió el miedo de volver a amar a la vez que pensaba en las ganas de conocerlo más. Marco cogió sus manos y las llevó a su pecho. Ana sonrió mirando la hora, el claustro iba a comenzar, entraron juntos, todos los miraron, sabían que algo nacía este curso.
Raquel con gesto triste y sereno abrió el claustro con el tema que los tenía reunidos, todos debatieron sobre las consecuencias que un uso excesivo de las pantallas tenía sobre los adolescentes, acordaron que iban a poner a prueba el parking de móviles, un colgador con tantos compartimentos como alumnos en cada clase para que durante las horas de clase se quedaran allí aparcados para facilitar la desconexión virtual y dar paso a la realidad, los libros, la emoción, los problemas y las soluciones, porque las personas necesitan personas para crecer, así quedaron sus palabras escritas en el acta de Claustro.
Al terminar Raquel les comunicó la noticia de que su madre había fallecido hace unas horas, todos se quedaron helados, nadie sabía nada, estaba en su casa, un infarto la sorprendió haciendo el desayuno, no se pudo hacer nada.
En ese momento todos le dieron su apoyo y mostraron su consternación. Me voy, dijo Raquel, dejo la dirección en manos de Esteban, has sido el jefe de estudios todos estos años, un gran compañero, yo he pensado demasiado Esteban, ahora tú eres el corazón de este instituto, mi tierra y lo que siento que es ahora mi vida me espera, habéis sido durante todo este tiempo unos compañeros fantásticos.
Al salir Marco la esperó en la puerta de la biblioteca, Ana rompió a llorar sabía lo que Raquel estaba viviendo, su madre murió hace diez años, su vida nunca volvió a ser igual y la literatura fue su único refugio.
Marco la estrechó entre sus brazos hasta dejar de llorar los dos, al mirarse se secaron las lágrimas y en silencio Ana condujo hasta el Retiro donde cada instante se queda prendido en una hoja, pasearon de la mano con descaro y besos de caramelo y desde aquel día, Ana encontró en su miedo una forma de escribir sin miedo a ser leída y Marco dejó de ocultar su entusiasmo por enseñar desde la creatividad.
Ahora ya todo el instituto era un lugar en el que podían sostenerse el uno al otro, cada frase escrita, puzle en los pasillos, pequeño sillón de lectura entre clase y clase les recodaba que seguían compartiendo la educación como un acto de amor.
© Elena Soulma. Todos los derechos reservados.
Si quieres leer la historia de Alma


La historia de Sara Alta Sensibilidad
En la mesa del rincón, junto a Sofía Loren, encontraba una pausa sin tiempo. Una bruschetta crujiente entre los dedos y viajaba a Italia.
Las horas de media tarde, cuando ya se habían marchado los últimos comensales del almuerzo y aún no llegaban los de la cena, eran solo suyas.
Cerraba los ojos y ya estaba allí, Roma, Nápoles, una plaza al atardecer.
Sara llevaba años haciéndolo todo bien. Era eficiente, parecía siempre tranquila y disponible para hablar.
Tenía un radar emocional para lo que cada miembro del equipo necesitaba que combinaba a la perfección con un talento especial para suavizar conflictos en su despacho sin levantar la voz.
Como directora de gestión de personas, ahora también se hacía cargo de las incorporaciones por la expansión de la empresa en centros hospitalarios con dos concursos ganados.
Las personas, decía, son la empresa, son lo que nos diferencia, todos somos importantes, todos. Día tras día en su mesa notas, bajas, cambios y caras nuevas, la selección era lo que más disfrutaba sobre todo cuando hacía las entrevistas, le gustaba sentir cómo eran las personas, siempre había tenido la sensación de que las conocía ya de antes, eso se imaginaba, cuando el director de expansión la citó en su despacho para enviarla de viaje la semana siguiente para ver los próximos hospitales y cerrar las incorporaciones a la empresa.
No tenía ninguna gana de marcharse con todo el trabajo que tenía, accedió eligiendo ella el hotel y el horario del vuelo, odiaba los vuelos a deshora, la dejaban completamente aturdida todo el día si no podía dormir, prefería llegar un día antes y el director le dijo que sí. Con todo preparado, la maleta y toda la documentación, esa noche durmió después de estirar y cenar algo ligero.
Ese lunes, antes del vuelo, mientras bajaba las escaleras guardando las llaves en el bolso, una caída torpe, un dolor agudo.
Un taxi, una sala de urgencias, una férula.
Y de repente, tres semanas de baja médica.
—¿Qué hago ahora yo en casa? —pensó la primera noche llorando sin saber porqué. Estaba sola, al día siguiente se organizó para encargar las comidas y buscar a alguien que le ayudara con las cosas de la casa, la compra online y todo organizado mientras sentía que por dentro todo se había dado la vuelta.
Se sentía dividida, por la mañana creía que podía aguantarlo, porque aprendió a tragarse el dolor físico y emocional para que nadie se preocupara.
Por la tarde, se escapaba emocionalmente cada vez que algo dolía, sonriendo, cambiando de tema mientras hablaba con sus amigas, aprendiendo de todo.
Por la noche, todo lo veía distinto, se daba cuenta del desgaste, pero sin poder hacer nada bajo la capa protectora de la perfección.
Clara era una buena amiga que vivía cerca, se conocieron un día en el gimnasio y se cayeron bien. Vino con Leo el sábado, Leo su hijo, llegó con sus ocho años y una mochila llena de legos, libros de dinosaurios y ocurrencias.
—Tienes una casa grande y yo tengo vacaciones —le dijo—. ¡Jugamos a que tú eres una exploradora herida y yo soy el médico de la tribu!
Y entre juegos, cuentos y comidas que les traían a casa, Sara volvió a reírse con ganas.
Leo no necesitaba que fuera perfecta. Solo que jugara.
Y en esa ternura sin exigencias, algo dentro de ella empezó a aflojarse cuando lo miraba mientras inventaban mundos.
Pasaron dos semanas, el médico le recomendó empezar la rehabilitación en un centro de osteopatía al que ya había mandado a varios pacientes y les había ido muy bien.
Ángel no hablaba mucho, pero sus manos sí.
Moreno, de mirada serena, con una manera de escuchar lo que no se decía que la dejaba pensativa. Era osteópata, recuperaba el equilibrio en el cuerpo.
Le preguntó cuando entró en la sala cómo había ocurrido la lesión.
Estaba saliendo para coger un vuelo, más trabajo y de repente sentí el dolor, fue una torcedura muy fuerte menos mal que no me hice más daño en la caÍda.
¿Cómo te sentías en ese momento? .¿Antes y después?
Estaba nerviosa, pensaba que quizá no iba a ser capaz, es que todo había sido demasiado rápido y después sentí mucha rabia, la verdad me eché a gritar porque ya no podía más.
Comenzó a realizar un suave mensaje hasta la cadera mientras el explicaba qué eran las cadenas musculares.
—El tobillo puede estar relacionado con la dirección, ¿sabes? —le dijo en la segunda sesión—. Y a veces no es el cuerpo el que se tuerce, sino el camino que tomamos.
Sara no contestó, pero sus lágrimas sí.
Y él se quedó.
Sin arreglar, sin explicar nada más. Solo estuvo allí con ella en ese momento.
Sesión tras sesión, fueron apareciendo recuerdos.
Unos de infancia, cuando su madre no podía con todo y ella se convirtió en su apoyo emocional.
Otros más recientes, de palabras tragadas en reuniones donde las personas perdían frente a la eficiencia.
Sara sabía que era altamente sensible y tuvo que decírselo a Ángel para que fuera más cuidadoso porque le repetía siempre "para mí menos eso más", si hay mucha movilización de los tejidos o mucha presión es como si en vez de recuperarme me embotara más. Él fue comprendiendo y viendo como la presión sutil y la movilización delicada permitían que el tobillo fuera recuperando movilidad y Sara no se fuera tan dolorida después de las sesiones.
Ángel le contaba historias sobre su especialización y todo lo que él creía que estaba escondido en cada lesión, el cuerpo habla cuando el dolor se comunica con nosotros, pero nadie nos ha enseñado a escuchar su lenguaje.
Sara agradecía tantísimo que la entendiera y Ángel le agradecía siempre por escucharle, reían a veces, a veces el dolor los mantenía callados.
Y paso a paso, Sara empezó a entender, su cuerpo la había rescatado. Siempre le había costado acostumbrarse a los ritmos de trabajo en aquella empresa, sin embargo, su cuerpo entraba en automático y quizás su mente también.
Ángel la llamó, había olvidado su pañuelo. Al escuchar su voz, notó algo distinto, más alegría, más vida, como si al otro lado hubiera otra mujer. Esa llamada se le quedó prendida en el alma todo el día.
Cuando el tobillo empezó a permitirle caminar de nuevo, Sara no volvió corriendo al trabajo.
Pidió al médico prolongar unos días más su recuperación.
Y empezó a escribir algo que llevaba años postergando, un pequeño diario sobre sus emociones.
Tenía miedo aún.
No sabía si Ángel sentía lo mismo.
No sabía si el trabajo le permitiría ser una Sara que no daba siempre más de lo que recibía en cada proyecto.
Por primera vez en años, no le importaba. Porque ahora el mensaje se lo traía un tobillo que le había puesto cerca de un hombre que la escuchaba y que comprendía su sensibilidad. Se había dejado acompañar para volver a andar.
Pasaba siempre cuando bajaba a comprar el pan por al lado de una academia de idiomas, nunca se había atrevido a entrar hasta hoy, se apuntó a italiano los lunes y los miércoles y fue a comprar todo para la primera clase, se sentó a tomar una infusión y se decidió a volar a Italia, un viaje de cinco días organizado por ella misma, sería la mejor forma de conocerla a su ritmo, la comida, los lugares más tranquilos, puentes y canales sin aglomeraciones, arqueología, pueblos costeros y pequeñas calas con playas de arena.
Ángel la esperaba en su restaurante, junto a la ventana, con la carta en las manos y una mirada que ya la abrazaba desde lejos. "Gira il mondo gira, Nello spazio senza fine", sonaba cuando Sara entró caminando ligera y con una sonrisa nueva, él se levantó sin decir nada y la rodeó con sus brazos como si fuera un amigo de toda la vida que quería confesarle que estaba enamorado pero no se atrevía a decirlo.
Hablaron de su alta sensibilidad y de cómo podía influir en toda su vida, él la escuchaba con curiosidad y ella ahora era la que le descubría un mundo nuevo.
Esa noche Sara sintió que cenaba con ella como si fuera la mujer más maravillosa del mundo.
Días después, en el trabajo, el jefe le ofreció un ascenso. La subdirección. Más responsabilidad. Más horas.
Te agradezco que hayas pensado en mí, ahora mismo prefiero llegar a un acuerdo para dejar la empresa.
Sara, no lo puedo entender y de todas formas respeto tu decisión, puedes cogerte los días de vacaciones que te quedan, todo está bajo control con la persona que te ha sustituido estas semanas, pasa la semana que viene a recoger toda la documentación.
Sara miró su escritorio, el maletín de siempre, la silla callada. Los dejó allí. Guardó sus zapatos en el bolso y se cambió. Se puso sus zapatillas y se fue aliviada por dentro, más viva que nunca.
—Los tacones ahora —pensó al llegar a casa— solo serán para salir a disfrutar, dejo de llevarlos para sostener lo insostenible.
Y escribió a Ángel
“Hoy quiero contarte algo muy importante para mí. Solo tú sabes escucharme.”
Salieron al cine esa noche.
Sabes, he podido marcharme de la empresa, tengo un tiempo de tranquilidad y me voy unos días a Italia. Quiero sentirla de verdad y voy a empezar a formarme para crear una agencia de viajes online especializada en personas altamente sensibles. Estudié Turismo para viajar y ahora siento que es el momento de hacerlo realidad.
Me parece arriesgado y a la vez veo que te ilumina la mirada. Eso es lo que quieres. Entonces eso es lo que se merece verte así.
Llovía.
Ángel abrió su paraguas.
Y al mirarse, algo en sus cuerpos habló sin palabras.
Un beso les nació desde los tobillos y los subió al cielo.
© Elena Soulma. Todos los derechos reservados.
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